¿Quieres o te dejas querer?
Lo has oído o lo has vivido. En toda relación hay alguien que quiere y alguien que se deja querer. Y, por lo general, todos deseamos ser el amado, porque vemos al amante como un ser algo penoso que derrocha su amor para quien no lo valora.
La película Secretary, aunque con un humor bastante negro, supo retratar con claridad los tira y afloja emocionales de la mayoría de los mortales. La amante, Lee Holloway, es una criatura sensible, insegura y con déficits emocionales. Su felicidad se configura en base a la atención que reciba del amado.
El amado, Edward Grey (sí, entre Edward y Grey el nombre no tiene desperdicio) cuenta con un gran poder tanto en su vida cotidiana como en su vida personal. Es dominante por naturaleza y ofrece tan poco cariño como necesita.
Parece inevitable, pues, que un polo negativo y otro positivo se encuentren y se atraigan. Aunque los imanes hallen así su armonía, los humanos tendemos a complicarnos un poco más.
Al principio, el más apasionado se siente feliz en su condición altruista. Nadie quiere ser el débil, el vulnerable, es algo desagradable de admitir. Mientras, el querido se encuentra cómodo con la idea de recibir tanta atención sin esfuerzo.
Algunas parejas se complementan de esta manera. A uno le sobra lo que a otro le falta y se acompasan a un ritmo perfecto, porque ambos abrazan su rol y son felices con él. Pero en otros casos, con el tiempo, el primero empieza a decepcionarse, a creer que sus esfuerzos no valen lo poco que recibe a cambio, y el segundo comienza a sentirse hastiado de tanto afecto.
En este punto, lo lógico es pensar que la culpa, si es que existe un responsable, es del que se dejó mimar de más. Pero, ¿y si ambos fueran víctimas? ¿Es que acaso Edward obligó a Lee a desvivirse por él? ¿No lo hizo ella voluntariamente?
El amado también sufre. Se frustra porque se le reprocha una adoración que él no ha pedido y se ve presionado al tener que devolver algo que consideraba un regalo, no un pacto de reciprocidad. Su pareja le ha idealizado de tal manera que asume que ninguno de sus actos cumplirá jamás sus expectativas. Y su enamorado se siente minúsculo, miserable y no entiende por qué no merece lo mismo que otorga.
Tras muchos roces y lágrimas, se puede llegar a un punto medio y aprender a apreciar el cariño del otro, en la forma y cantidad que sea. La incapacidad de transmitir lo que se siente no implica necesariamente ser impasible.
Otros no lo soportan y rompen, buscando algo más, algo mejor. Y ambos pierden. El que jugó a ser esclavo difícilmente encontrará a alguien que le desee como cree que merece hasta que no se quiera a sí mismo. El que interpretó el papel de amo no logrará hacer feliz a otra persona hasta que experimente, en su propio ser, lo que vivieron quienes le veneraron. Pero como si de una profecía o, tal vez, una maldición se tratase, seguirán sintiéndose atraídos por sus opuestos hasta que, un día, como los imanes, consigan amarse sin destruirse.