Además de una aparente sabiduría infinita, Internet y las nuevas tecnologías han generado enfermedades mentales de esas que los abuelos aseguran: “en mi tiempos esas cosas no existían”. La más común es la nomofobia, la adicción al móvil. Y, sí, es probable que tú también la padezcas.
Date por aludido si te lo llevas hasta al baño, nunca lo dejas olvidado en casa y lo revisas una y otra vez, aunque no hayas escuchado una notificación. El problema empeora cuando metes a tu pareja en la ecuación.
El fotógrafo británico Martin Parr ya retrató en 1993 en su trabajo Bored Couples cómo, al estar acostumbrados a la presencia de la otra persona, dejamos de mirarla. Literalmente.

Más de dos décadas después, su retratos siguen gozando de vigencia, solo que con la añadidura de ese minúsculo aparato frente al que se mueren las horas revisando el Facebook, el Twitter, el correo y los cuatro juegos que estén de novedad. Mientras, una mitad de la pareja desayuna, come y cena en silencio, al tiempo que envidia, apenada, a todos aquellos que en los cafés, en los parques, en los paseos, aún guardan una mirada fresca y brillante que dirigirse.
Esta patología afecta no sólo a quienes ignoran a su cónyuge, sino a quienes, en viajes, vacaciones separados o simplemente durante el trabajo, les acosan. Qué buenos tiempos aquellos del teléfono fijo y el Messenger (y sus zumbidos), que te permitían elegir en qué momento hablar o escribir.
Ahora, con tanto mensaje, tanta app para parejas y tantos iconos y gifs, una frase sin dibujos se confunde con el enfado y el mal humor, una despedida sin caritas de besos y corazones es causa de pelea, y un doble check azul sin respuesta es motivo de muerte.
Estas eternas conversaciones desencadenan en malentendidos, ansiedad y broncas evitables. Y mientras estás enfrascado en estas discusiones, te conviertes precisamente en esa pared inerte que obvia a sus padres, hermanos, hijos, amigos e incluso a sus mascotas.

Resulta fácil aseverar que el móvil es poco menos que el demonio, pero lo cierto es que nadie está libre de pecado. A la hora de la verdad, es complicado desprenderse del todo de él -esperas una llamada de tu madre, has quedado con alguien y aún no habéis concretado la hora, programaste una alarma para tomarte un medicamento.
Albert Einstein temía que la tecnología nos convirtiera en seres inhumanos e idiotas, y su miedo no era infundado, pero estamos a tiempo de quitarle la razón al genio. La tecnología se ha instalado tanto en nuestras vidas que eludirla sería un error, del mismo modo que lo sería convertirla en la protagonista de nuestras vidas.