La próxima vez que quedes con esa pareja de amigos -que todos tenemos- que se pasa el día tirándose de los pelos, plantéate que posiblemente son más felices y se conocen mejor que quienes parecen vivir en una paz y estabilidad infinitas. Eludir las confrontaciones puede resultar más perjudicial que asumirlas.
La psicóloga Harriet Lerner explicó en Psychology Today que “una buena pelea puede limpiar el aire y es bueno saber que podemos sobrevivir al conflicto e incluso aprender de la situación”. No es de extrañar, pues, que algunas veces, tras una larga temporada de sosiego, nos falte ese vuelco en el estómago que Carrie Bradshaw echaba en falta con el siempre sereno Aidan, pero sí vivía con su gran amor Mr. Big.
Las relaciones nuevas atraviesan una fase inicial, más o menos larga, de luna de miel. No se conoce otra cosa que sonrisas, besos, arrumacos, quizás el primer “te quiero”. Pero aparece el primer enfrentamiento y la burbuja idealizada se va al traste. Sin embargo, cuando todo queda superado, se llegan incluso a conocer nuevas facetas, positivas y negativas, el uno del otro.
Contrastar las diferencias también conlleva ventajas a corto plazo: sobrevivir a una bronca sana genera un sentimiento de alegría, por el hecho de haberla vencido, y una unión más profunda. Mientras que no notar la necesidad de alcanzar acuerdos o ceder el uno por el otro no es necesariamente sinónimo de felicidad, sino de indiferencia y aburrimiento. Escogemos las vías más difíciles cuando la meta nos importa de verdad.
No obstante, estos beneficios no deben servir como excusa para gritar y herir sin tregua, justificándonos en el mero hecho de que estamos enfadados. Las peleas recurrentes y sin razón desembocan en relaciones tóxicas, y generan un sentimiento cruzado de odio y dependencia obsesiva.
Si rara vez encuentras un motivo para discutir con tu pareja, estupendo, no tienes que buscarlo a la fuerza. Pero si algo te incomoda, aunque parezca una tontería, no te lo calles porque, con el tiempo, se unirá a cientos de detalles silenciados en una enorme bola de rencor. Una confianza sólida se forja a base de golpes y caricias pero, sobre todo, con una comunicación sincera.