Supercool lucha mejor que nadie, y encima es guapa e inteligente. Emmet es un buenazo, tal vez demasiado. Y está loco por ella, pero ella está loca por Batman: ese sexy atormentado que arrastra traumas que convierte en poderes de superhéroe. Sí, la Lego Película nos ha enseñado mucho sobre por qué, a la hora de la verdad, no queremos al clásico capullo a nuestro lado (aunque tropecemos con un par hasta llegar al indicado).

Películas y series nos han ido adoctrinando en la cultura de que las chicas quieren o bien un príncipe o bien un rebelde. Todo Disney es partidario de la primera opción: somos preciosas damiselas cuyo único propósito en la vida es encontrar a un apuesto caballero que nos proporcione riqueza e hijos como conejos. Y, mientras tanto, esperamos limpiando la casa.

De la segunda opción se ha ocupado la ficción adolescente -y no tan adolescente-. En Tres metros sobre el cielo, H se metía en peleas y daba a entender que llamar fea a las chicas iba a llevarlas a su cama -culpa de Babi, que cumplió el topicazo. Crepúsculo legitimó el amor entre un anciano centenario y una adolescente, a la que antes de querer, se había intentado comer. Un paseo para recordar supuso el súmmum del amor ideal de instituto, haciendo posible que un malote se enamorase de una empollona de aire monjil. 3MSC

500 días juntos, Las ventajas de ser un marginado o Amigos de más confirmaron que los chicos buenos pasan directamente a la friendzone, sin filtros, sin paños calientes. Se necesitan meses o años y mucho esfuerzo para que logren salir de ese oscuro pozo, repleto de víctimas del pagafantismo.

Cierto es que, durante la adolescencia, la falta de una personalidad totalmente formada nos hace obnubilarnos con facilidad ante la seguridad de los chicos malos, y caemos en el error seguirles a todas partes, escuchar su música y ser el paquete de su moto. Con el tiempo, ese chaval tan fascinante se transforma en un perdonavidas pedante, y ya no queremos escuchar sus discursillos morales de barrista (dícese de aquel individuo con falsos dotes de erudición que reparte sus ancestrales conocimientos, sin que nadie se los haya pedido, en distintas barras de bar, con la intención de engordar su ego y, si hay suerte, ligar).

En la mayoría de los casos, tanto ficticios como reales, cuando la chica llega al punto de desprenderse de las cegadoras gafas del enamoramiento, se percata de que el amor ideal no equivale al riesgo, a las montañas rusas emocionales, ni al absurdo pensamiento de “me quiere, cambiará por mí”. Seguir difundiendo el bulo de que nos gusta que nos traten mal no nos beneficia ni a nosotras ni a los pobres buenos tíos que ya no saben cómo actuar.

No buscamos insultos, te mandaremos a freír espárragos. No intentes enseñarnos, padre solo hay uno. ¿Que eres un capullo irresponsable? Ni te salvaremos ni intentaremos que cambies por nosotras. Quien nace lechón muere cochino.

Sí buscamos a alguien con quien compartir silencios cómodos, a quien contarle sin vergüenza que vamos al baño a hacer “lo otro”, o que nos acaricie el pelo hasta quedarnos dormidas. Deseamos compartir vivencias con una persona que nos vea preciosas enfundadas en un pijama de ositos, que nos envíe un WhatsApp para saber si no nos han raptado en diez metros de recorrido a casa, que recuerde hasta las fechas de cumpleaños de nuestros perros. Lo que anhelamos, al final, es un amigo en la lovezone.